Thomas Grisaffi

Este artículo apareció originalmente en Red Andina de Información

En octubre de 2013, Mary Anastasia O’Grady escribió en el Wall Street Journal que Bolivia, bajo la presidencia de Evo Morales, se está convirtiendo en un Estado delincuente, inundado de dinero de la droga. La prensa boliviana ha argumentado que los centros de producción de cocaína están creciendo “como hongos”, y que los productores de coca son una clase de campesinos “nuevos ricos” que gastan su dinero mal habido de la droga en coches de lujo, fiestas, y casas lujosas. Y no se trata sólo de la prensa -el expresidente Jorge Quiroga acusó recientemente a las federaciones de cocaleros de la provincia del Chapare, y por extensión al gobierno de Morales, de proteger la producción ilícita de cocaína.

Bolivia, el tercer mayor productor mundial de hoja de coca, después de Perú y Colombia, está atrapado en los peldaños más bajos del tráfico internacional de drogas, produciendo cantidades significativas de pasta de coca de bajo valor -el primer paso para refinar la cocaína pura. Aunque la producción de pasta de coca se lleva a cabo en todo el país, el Chapare -una de las dos principales regiones cocaleras de Bolivia- es a menudo presentada en los medios de comunicación como el principal centro de producción y tráfico de drogas.

Tres argumentos clave acerca de cómo funcionan la producción de drogas y el tráfico, fácilmente disiparon esta desinformación generalizada. En primer lugar, la mayoría de los cultivadores de coca del Chapare no están directamente involucrados en el narcotráfico. En segundo lugar, las ganancias de gran parte del tráfico de drogas de bajo nivel son limitadas. Y, por último, los sindicatos cocaleros del Chapare no son cómplices de la actividad ilegal; en su lugar, han demostrado ser socios activos en la lucha contra la producción y el tráfico de drogas.

Producción de pasta de coca

En el Chapare, la producción de pasta de coca se conoce como “pichicata”, y la gente que hace la pasta de coca se conoce como “pichicateros”. Los pichicateros establecen sus laboratorios artesanales -de ahora en adelante denominados “centros de producción”- mediante la creación de una tina improvisada con una pesada lona de nylon (del tamaño de una pequeña piscina infantil). Llenan la tina con hojas de coca, que luego son empapadas con productos químicos, incluyendo ácido sulfúrico, amoniaco, soda cáustica y gasolina. Hombres jóvenes, conocidos como “pisa-cocas”, pisan fuerte el mantillo de coca durante varias horas para mezclar la solución. El “agua dulce” se drena y se procesa, lo que produce una pasta amarillenta llamada “pasta base” o pasta de coca.

En los últimos diez años, el método de “pisar coca” en pozos de maceración ha sido reemplazado por una técnica mecanizada desarrollada inicialmente en Colombia. El nuevo enfoque, conocido como el “método colombiano”, incluye el uso de trituradoras de hojas, grandes tanques de plástico con agua, mezcladoras de cemento, y una nueva combinación de sustancias químicas. La propuesta mecanizada acelera el proceso de maceración, reduce la cantidad de coca para procesar un kilo de pasta, y requiere menos trabajadores -la mayoría de los sitios de producción emplean ahora tres personas en lugar de cinco. Una planta de producción con el método colombiano, y trabajando a plena capacidad, puede procesar hasta tres kilos de pasta de coca al día.

De la pasta a la cocaína

El propietario de un sitio de producción, generalmente vende el producto terminado a un comprador local, llamado “rescatista”. Los rescatistas compran la pasta de coca en varios sitios. Una vez que han acumulado varios kilos, hacen los arreglos para que sea transportada fuera del Chapare, en general, por adolescentes o miembros de la numerosa población nómada que siempre están en búsqueda de trabajo. Ya sea a pie, por carretera o por río, los transportistas tienen estrategias innovadoras para ocultar la droga, para que puedan pasar a través, o evitar, los controles policiales. La pasta de coca se oculta en los paneles de las puertas del auto, debajo de camiones cargados de naranjas, envasada en latas de leche en polvo, o pegada al estómago de las personas. Algunos llevan la pasta a pie a la ciudad de Cochabamba, un viaje de cinco días con el riesgo de robo. La pasta de coca también se abre camino hacia el norte, a lo largo de los ríos, hacia el departamento de Beni.

La pasta de coca todavía necesita ser refinada en cocaína cristalizada pura (clorhidrato de cocaína), pero este es un proceso complejo, que requiere más habilidad, equipo, es costoso y es difícil de obtener químicos. Gran parte de la pasta de coca de Bolivia se refina fuera del país, a pesar de que los laboratorios se han descubierto en las tierras bajas del este de Bolivia y en algunas zonas urbanas. Las redadas policiales han revelado que algunos de estos laboratorios tienen un personal de hasta treinta personas -operaciones muy diferentes a las rudimentarias unidades de producción de pasta de coca del Chapare.

Costos de producción y otras limitaciones en las ganancias

Para procesar un kilo de pasta de coca, los pichicateros requieren de 100 litros de gasolina. Sin embargo, el gobierno de Morales ha puesto controles más estrictos sobre el movimiento de precursores químicos, especialmente la gasolina. Las gasolineras del Chapare sólo permiten a la gente comprar un tanque al día, y añaden colorante rosado a ella, lo que hace que sea menos atractivo para la producción de pasta de coca. En consecuencia, algunos conductores de taxi -conocidos como “cisterñeros”- contrabandean combustible desde las ciudades, duplicando el precio de venta en el Chapare. Otros precursores, entre ellos la tiza y la soda cáustica, también vienen con recargo debido a los estrictos controles gubernamentales. Cuando los pichicateros no pueden apoderarse de los químicos correctos, improvisan -por ejemplo, usando cemento en vez de tiza para procesar la pasta.

La hoja de coca representa el elemento más costoso en la cadena de producción. En los últimos cinco años, el precio de la coca se ha duplicado a 28 bolivianos por libra (US$4), en parte como resultado de los controles gubernamentales que limitan la producción y comercialización de la hoja de coca. En promedio, se necesitan 135 kilos de coca para procesar un kilo de pasta base de cocaína, lo que significa que a los precios actuales, los pichicateros gastan más de US$1.200 sólo en la hoja de coca. Cuesta aproximadamente US$1.500 para producir un kilo de pasta base -esto incluye los gastos generales para el equipo inicial, la hoja de coca, precursores químicos, mano de obra y transporte.

En el Chapare, un kilo se vende por entre US$1.650 a US$1.700, lo que significa que los beneficios netos para los productores de pasta de coca pueden ser tan bajos como de US$150 por kilo.

También es importante tener en cuenta que la producción no es constante. Los pichicateros tienden a pasar mucho más tiempo inactivos que trabajando. Esto es debido a que es difícil obtener los productos químicos necesarios, lo que disminuye o incluso detiene la producción. Además, los pichicateros a menudo carecen de capital suficiente para cubrir los costos de los insumos, hasta haber vendido su lote anterior de pasta. Y, por último, los pichicateros toman recesos frecuentes durante el procesamiento con el fin de evitar llamar la atención sobre sus actividades ilícitas y correr el riesgo de ser arrestados; como dijo un hombre, “a menudo tenemos que dejar que las cosas se calmen”. Junto con la producción irregular, también hay un alto margen de residuos -si forman el mantillo de coca sin cuidado, las hojas se vuelven negras, y todo el lote tiene que ser desechado. Como resultado de esta combinación de factores, la mayoría de los sitios de producción hacen menos de diez kilos de pasta de coca al mes.

Mano de obra

Al igual que cualquier otra industria, la producción ilegal de pasta de coca sigue un orden jerárquico, con los dueños de los medios de producción y los otros que venden su fuerza de trabajo. Las tres funciones clave en la producción de pasta de coca incluyen el “peon”, el químico, y el propietario de la planta de producción.

Los jornaleros o peones: Los peones representan la mayoría de los trabajadores de la industria pichicata. Emprenden tareas manuales tales como llevar las pesadas bolsas de coca y precursores químicos a la planta de producción, pisando la coca, triturando las hojas de coca, y actuando como vigías. La mayoría son recientes inmigrantes en la región (que han venido en busca de trabajo, ya sea como constructor u obreros agrícolas) o adolescentes locales que quieren ganar un dinero extra. Los propietarios de la planta de producción son muy cuidadosos, contratando sólo personas que son “de confianza” -personas que conocen bien y en las que se puede confiar.

La mayoría de los trabajadores ganan alrededor de US$30 al día (la mano de obra agrícola paga menos de la mitad) por un trabajo que es agotador, irregular y perjudicial para su salud. También es muy arriesgado: si llegan a ser detectados pueden enfrentar ocho años de prisión. Un pisa-coca de 14 años dijo vadear en un mantillo tóxico de coca, gasolina, y ácido durante varias horas al día. Los humos le dieron un dolor de cabeza terrible, y sus botas de goma endebles dejaron entrar ácido, volviendo verdes las uñas de sus pies. Los obreros que trabajan procesando drogas ganan en promedio US$300 al mes.

Los “químicos” o “mano de obra calificada”: el siguiente peldaño en la escala es el químico. Son técnicos de nivel medio, familiarizados con los conceptos básicos de elaboración de pasta de coca, es decir, las cantidades de productos químicos que se necesitan y cuándo deben ser agregadas. El químico gana 200 bolivianos (unos US$30) por cada kilo de pasta de coca producido, lo que significa que en un buen día, pueden ganar hasta US$90 -pero eso sería excepcional- los ingresos promedio son más de US$60. El químico puede complementar este salario quitando cualquier producción adicional y vendiéndola de forma privada.

Los propietarios: en la parte superior de la escala de producción local están los propietarios de estos rudimentarios centros de producción. Los propietarios son pocos en número, pueden ser campesinos ricos o inmigrantes no residentes de otras partes de Bolivia. Si llega a ser detectado, el propietario puede enfrentar 15 años de prisión y, en consecuencia, por lo general no trabajan directamente en la producción de pasta de coca. El dueño gana la mayoría del dinero de la operación -una estimación generosa sería de US$2.000 al mes, menos que un subgerente en McDonalds.

Pichicata y la economía local

Los peones, los químicos, e incluso los propietarios no se hacen ricos de pichicata -todo lo que les permite hacer es ahorrar para comprar su propia parcela de tierra de cultivo, su pequeña empresa, coche, o incluso una casa. Estas son modestas ambiciones -lo suficiente para comprar un destartalada camioneta Toyota, no un Mercedes Benz o un Land Rover. Sus casas rurales son a menudo hechas de tablas irregulares y no tienen agua corriente, saneamiento o electricidad. Muchos afirman que una vez hayan acumulado el capital necesario para invertir en una actividad productiva, entonces van a abandonar sus actividades ilegales. Los agricultores de más edad confirmaron que habían hecho lo mismo, después de la adquisición de su propia parcela de tierra donde no había crédito disponible, decidieron que los riesgos superaban los beneficios y, posteriormente, se dedicaron a la agricultura en su lugar. Un hombre dijo: “Cuando se trabaja en pichicata, te pasas todo el tiempo mirando por encima del hombro, nunca te puedes relajar. Es demasiado estresante”.

En los últimos cinco años, la proliferación de coches, motos, fiestas, y mejoras en el hogar muestran que la economía del Chapare ha comenzado a crecer. Sin embargo, contrariamente a la hipérbole periodística, este dinamismo económico no puede simplemente atribuirse a un supuesto aumento en la producción y el tráfico de drogas. El Chapare se ve mucho más rico hoy, porque ahora la gente está dispuesta a invertir su dinero en la región. Durante el inicio del período de erradicación forzada de coca, a partir de finales de los años ochenta, cualquier persona con dinero (y el sentido de éste) invirtió su capital en otra parte (normalmente en los barrios marginales de la ciudad o comunidades periféricas de Cochabamba). Otros factores han contribuido a un nuevo dinamismo económico de la región, incluido un mejor acceso a préstamos baratos del gobierno, la legalización del cultivo de coca, la afluencia de migrantes que regresan (en su mayoría de España), y la expansión de las actividades informales, como el comercio y el transporte. Finalmente, el gobierno ha concentrado asistencia en desarrollo en la región, y los agricultores están tomando ventaja de estas oportunidades, incluyendo proyectos de sustitución de cultivos agrícolas y de piscicultura.

La federación está comprometida a enfrentar el tráfico de drogas

Los gobiernos anteriores trataron las federaciones agrícolas cocaleras como organizaciones criminales, en cambio, el gobierno de Morales los ha reclutado como socios en la lucha contra el narcotráfico. 45.000 cocaleros del Chapare están organizados en sindicatos -estos son sindicatos territorialmente vinculados con unidades autónomas de entre treinta y doscientos miembros, los cuales a su vez se agrupan en federaciones.

En los últimos cinco años, las federaciones han hecho un esfuerzo concertado para hacer frente a la producción de pasta de coca. El líder de cada sindicato local organiza frecuentes comisiones (compuestas por dirigentes sindicales y miembros de la comunidad) para comprobar que ningún miembro está produciendo pasta de coca en su tierra. Si se encuentra una planta de producción en funcionamiento o incluso abandonada, entonces la federación imponer sanciones contra el propietario de la tierra, incluyendo la prohibición de cultivar coca, o en casos extremos, la confiscación de la tierra y la expulsión de los culpables de la comunidad. Las amenazas son reales, y la mayoría de los cultivadores de coca no les permitirán a los pichicateros establecer plantas de producción en sus tierras.

Los cocaleros se preocupan por el impacto perjudicial del comercio en sus comunidades. “La pichicata, es tan fea”, dijo una mujer: “Yo quiero que mi hijo vaya a la universidad. Me preocupa que sea tentado por el dinero fácil”. Los cocaleros se oponen también a la producción de pasta de coca debido a preocupaciones por la reputación local. La producción de drogas es vista como deshonrar a la comunidad -de hecho, un líder lo comparó con toda la comunidad de tener antecedentes penales.

Por otra parte, la asociación con el tráfico de drogas puede tener consecuencias materiales graves. Un líder sindical describió cómo el gobierno municipal suspendería la inversión en obras públicas en cualquier comunidad sospechosa de estar involucrada en la producción de pasta de coca. En una región donde muchas personas no tienen acceso a caminos y servicios básicos, esto representa una amenaza significativa. Otro factor importante son los celos. A la gente no le gusta pensar que alguien está haciendo más dinero a su costa, y esto los motiva a denunciar pichicateros a la unión y a la policía.

Por último, como los cocaleros del Chapare se identifican fuertemente con las metas de la administración del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), ellos realmente no quieren que el gobierno se vea mal al participar en actividades ilícitas. Un cocalero explicó que colaboran en la lucha contra el tráfico de drogas para “callar a la comunidad internacional” y también para ayudar en la larga batalla del gobierno por legalizar la hoja de coca. Los cocaleros saben que si el presidente Morales fracasa y entra otro gobierno, se enfrentan a la perspectiva de un retorno a la erradicación militarizada de la coca de los años noventa y 2000, lo que generó una pobreza generalizada y provocó conflictos violentos en la región.

El impacto de la acción de la federación

Los pichicateros sienten los efectos del compromiso de la federación del Chapare para hacer frente a la producción de drogas. Anteriormente, durante la guerra contra las drogas apoyada por Estados Unidos, podían procesar pasta de coca cerca de las principales carreteras y ciudades, con la certeza de que sus vecinos no los denunciarían con las autoridades. La represión financiada por Estados Unidos contra los cultivadores fue eficaz para convencer a todos los residentes del Chapare que la policía era el enemigo. Pero esto ya no es el caso, lamentó un pichicatero: “Antes, los cocaleros le hubieran dicho cuando se acercaba la UMOPAR (policía antidrogas), ahora sólo te entregan”.

Como resultado de esta presión, los pichicateros se han visto obligados a modificar su comportamiento, creando centros de producción en zonas cada vez más remotas en plena noche. Ellos nunca mantienen una planta de producción en un mismo lugar durante más de dos semanas. A menudo, los terratenientes ausentes no tienen idea de que la producción llegó a ocurrir en su propiedad. Los intentos de sobornar a los agricultores locales para evitar el procesamiento cada vez tienen menos éxito, debido a la postura de los sindicatos contra la cocaína.

Conclusión

Aunque la industria de la coca y la cocaína representa un segmento importante de la economía de Bolivia, la gente que produce pasta de coca no son los principales beneficiarios de la industria. La mayoría de los trabajadores, incluidos los pisa-cocas, peones, y químicos, reciben salarios relativamente bajos por un trabajo peligroso. Estas personas deben por lo tanto ser consideradas como el proletariado del tráfico de cocaína.

Teniendo en cuenta los bajos salarios, las peligrosas condiciones de trabajo, y el riesgo de ser descubierto (y enfrentar de ocho a quince años de cárcel), el procesamiento y el transporte de pasta de coca no son opciones particularmente atractivas. Como resultado, la mayor parte de la gente que produce y trafica pasta de coca son migrantes temporales o jóvenes que no son dueños de su propia tierra y que tienen poco que perder. Mientras tanto, los miembros de los sindicatos de coca, dueños de la tierra, prefieren una vida tranquila dedicada a la agricultura.

Contrariamente a las representaciones dominantes y, a menudo dramáticas en los medios de comunicación, los sindicatos cocaleros no son cómplices de las organizaciones de tráfico de drogas. En lugar de esto, las federaciones toman muy en serio su papel en la lucha contra el narcotráfico. Ha habido un cambio en la percepción del narcotráfico de los cocaleros. En contraste con la era pre-Morales, hoy los cocaleros se identifican fuertemente con las metas antidrogas del gobierno y están motivados a colaborar activamente en la lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, sería poco realista esperar que los sindicatos de coca erradiquen la producción de drogas por completo -incluso la DEA fue incapaz de lograrlo.